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Entrevista con José Miguel Onaindia

Académico y experto en gestión cultural, Onaindia cuestiona la «aparición de una burocracia intelectual ligada al poder político», habla de un clima de intolerancia que despierta temor entre muchos pensadores y artistas, y asegura que entre los no kirchneristas «hay una sensación deser disidentes en nuestro propio país»

Por Raquel San Martin  | LA NACION | Domingo 5 de febrero de 2012

 

Pocos temas son tan políticamente correctos como la cultura, que suele ser celebrada por oficialismos y oposiciones como promotora de la inclusión social, protectora de la diversidad, industria pujante y buen negocio. Sin embargo, la gestión concreta de una política cultural -de las declaraciones a los subsidios, la exportación de TV o los salarios de músicos y actores- es un campo minado de miradas contrapuestas y, en el caso argentino, el espacio propio de la «batalla cultural» kirchnerista, que muchos aplauden como una política que ha devuelto vitalidad a los debates de ideas y otros condenan como un intento antidemocrático y conservador de dirigir las opiniones.

En este último grupo está José Miguel Onaindia, abogado, especialista en legislación cultural, profesor de derecho constitucional en la UBA, ex director del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa) entre enero de 2000 y diciembre de 2001, y del Centro Cultural Rojas entre 2007 y 2008. Onaindia cree que en la Argentina la potencia de la cultura, que representa el 3,27% del PBI, con reconocida posibilidad exportadora y convocante de multitudes, aparece limitada por leyes que protegen a los productores pero no piensan en los destinatarios de libros, películas, programas de televisión u obras de teatro, y por un gobierno que confunde «promoción cultural con propaganda política».

Antikirchnerista convencido -en las últimas elecciones nacionales integró la lista de la Coalición Cívica como candidato a diputado-, Onaindia describe un campo intelectual y artístico escindido en dos: los que están con el Gobierno -por razones que van desde el convencimiento auténtico a la moda o el temor a quedar afuera-, y los que no, espacio en el que dice sentirse «un disidente» en su propio país. «El gran invento cultural del peronismo es la palabra ?gorila’, que hoy condensa todo lo monstruoso de la historia argentina. Como nadie quiere estar incluido, la gente baja el nivel de confrontación y no dice públicamente lo que piensa», teoriza. «En el siglo XXI, pensar en imponer una hegemonía cultural me parece conservador.»

En muchas gestiones culturales, en particular en la ciudad de Buenos Aires, hay una relación directa entre asistencia masiva a determinados eventos y la idea de «democratización de la cultura». ¿Está de acuerdo?

-No. Yo creo que los actos masivos son necesarios dentro de un menú, de una cantidad de opciones. Cuando el acento se pone en los actos masivos se pierde un concepto arquitectónico de la cultura. La infraestructura cultural de la ciudad hoy está muy deteriorada, desde los edificios como teatros, museos y centros culturales hasta el patrimonio intangible. No sé qué función cumplen los eventos masivos en el siglo XXI. En los 80, durante el gobierno de Alfonsín y la gestión de Pacho O’Donnell como secretario de Cultura en la ciudad, sacar gente a la calle respondía a la necesidad de ir contra el encierro y la oscuridad de la dictadura. En los 90, significaba favorecer las culturas de vanguardia, que funcionaban como la contracultura del menemismo, con el sentido político de incorporar a todo un sector que estaba en los márgenes. En el siglo XXI el arte de vanguardia está más canonizado que las artes tradicionales, gracias a las ayudas de la Nación y la ciudad hay muchas salas de teatro y espectáculos, entonces habría que ver qué agrega lo masivo?

– Sin embargo, la gente responde a estas propuestas masivamente.

-Sí, responde. Pero la cultura no es algo efímero o no debería serlo, sino algo que tenga un elemento transformador en la vida de las personas. Eso, como diseño de política cultural, tiene que ser importante.

– ¿Cómo se logra eso desde la gestión?

-Hay un déficit muy grande en la Argentina, que es la ausencia de la incorporación de la enseñanza artística, la ausencia de planes globales y masivos de formación de espectadores. Se pone mucho acento en generar talleres que inciten a la creación, pero no hay escuelas de apreciación de las artes; por lo tanto, para la mayoría de la gente, aún para los que acceden a niveles altos de educación formal, las artes son algo ajeno. Mis alumnos de la Facultad de Derecho no conocen el Museo de Bellas Artes, que queda enfrente. La mayoría no ha ido nunca al teatro. Ahí vamos al tema central del siglo XXI: que se haga efectivo el derecho humano de acceso a la cultura, y eso no es organizar un concierto en la calle.

– No tiene que ver con la disponibilidad de oferta.

-No, porque oferta hay. Las leyes de promoción cultural argentinas son en su gran mayoría preinformáticas y por eso obsoletas; son corporativas, es decir que la mayoría han sido concebidas por presión de los sectores, por lo tanto lo que tratan de regular es la relación entre Estado y sector, pero siempre queda afuera el destinatario. Estoy totalmente de acuerdo con los subsidios, pero tenemos que mirar hacia quién.

– Antes hablaba de pensar en el destinatario de las leyes. ¿Qué ocurre con los subsidios del Incaa? Pienso en una película como El estudiante , una de las más premiadas el año pasado, que no recibió subsidio.

-Fue el gran fenómeno del año, una película hecha fuera del sistema. Hay un desacierto en no ver cómo este cine puede ser contenido dentro del sistema público que le permita mayor proyección. 2011 fue el año con menor asistencia de público a ver cine argentino desde 1998, a pesar de que hubo una gran cantidad de estrenos.

– ¿Por qué?

-Precisamente porque no hay formación de espectadores, no hay una buena apoyatura de lanzamientos, se apunta mucho al número de producción, y en esto creo que hay una especie de espejismo para todas las autoridades culturales. Estrenamos 100 películas, ¿qué significa eso? Hubo muy buenas películas argentinas, de mucha calidad y diversidad, pero hay algo que tiene que ver con la distribución, con el lanzamiento, con la no generación del público de defensa del propio cine. No lo ven como un valor.

– En su último libro habla de la potencialidad de la cultura en las relaciones internacionales. ¿Está eso comprendido y aprovechado en la Argentina?

-Yo diría que en general no hay una gran comprensión en los sectores políticos argentinos ni de las relaciones internacionales ni de la cultura. La política argentina es muy autorreferencial, se mira a sí misma, y tampoco aparece lo cultural como algo muy importante. En las últimas gestiones hay funcionarios del Ministerio de Relaciones Exteriores o de Cultura que comprenden este interés internacional, pero no me parece que haya una política general. Son más percepciones individuales que una política diseñada para eso. Si en algo podemos distinguirnos es que además de producir soja producimos bienes culturales con valor económico, como libros y producción audiovisual, y tenemos una tradición en eso. Si se trabaja orgánicamente para que esto vuelva a suceder podemos tener éxito, en la medida en que no se use la cultura como modo de propaganda.

– ¿Ve que eso está pasando?

-La verdad es que sí. Me parece que hay una confusión entre promoción cultural y propaganda política del Gobierno. Lo veo, aun en hechos positivos.

– ¿Por ejemplo?

-La Feria del Libro de Fráncfort fue un importante esfuerzo de la Argentina, muy bien organizado, en el que lamentablemente se usó una parte para difusión de la figura presidencial, en una vidriera equivocada. No vendamos el proyecto político o la figura política presidencial, porque eso no va a interesar en el exterior. En Fráncfort había diversidad en la selección de escritores, pero esa presencia de las fotos de la Presidenta, de ella repartiendo netbooks, era molesta, porque es excluyente, porque era algo hecho en representación del Estado.

– Hay quienes señalan esto en los programas de televisión que se hicieron con subsidios del Incaa.

-Creo que fue una buena medida que quedó un tanto desdibujada por el uso político. Fueron concursos que salieron en muy poco tiempo, lo que quiere decir que eran proyectos que ya estaban presentados, con una cláusula que obligaba a esos programas a tener un 50% de tanda de propaganda oficial. Si la gente hubiera recibido esta batería de ficciones sin estas sospechas quizás hubieran tenido mayor repercusión. Y no me pareció criterioso que todas salieran al mismo tiempo, porque el público no es inmenso. No tengo problema en unir política con cultura, no hay cultura neutra. Pero una cosa es cultura con contenidos y otra cultura como propaganda, cuando se intenta ingenuamente hacer un adoctrinamiento que está un poco pasado de moda. En el mundo contemporáneo, donde podemos conectarnos con todos lados, tratar de decir cómo se interpreta la realidad es un poco ingenuo.

– ¿Qué piensa cuando escucha hablar de la «batalla cultural» por la instalación de un relato hegemónico?

-Me niego a hablar de cultura en términos castrenses. Creo que deberíamos poder hablar de una confrontación de ideas. Yo no pretendo que la gente que adhiere a determinados principios piense lo mismo que yo, pero sí quiero que me respete, que podamos convivir en el mismo territorio. El kirchnerismo en su primera expresión, de 2003 a 2007 e incluso hasta la elección de Cristina Kirchner, no le había prestado mucha atención al tema cultural. Torcuato Di Tella, que fue el primer secretario de Cultura de Kirchner, y que es un intelectual respetado, dijo claramente en un momento que la cultura no era prioritaria para ese gobierno. Cuando empezó el conflicto con el campo, se dibujó el mundo cultural como un espacio en el que discutir. No me parece negativo que exista, pero es objetable la forma en que existe. Lenguaje castrense, pretensión hegemónica: creo que atrasa 50 años. En el siglo XXI, cuando todo el mundo se expresa, estar pensando en imponer una hegemonía cultural me parece conservador.

– ¿Qué le parece la reacción del mundo intelectual en esto? Hay quienes dicen que nunca como ahora se pueden debatir ideas públicamente y otros que es el peor escenario para discutir.

-Creo que es un mal momento para el debate, porque no debatimos. Se debate si podemos juntarnos en el mismo espacio, si la gente que opina en contra o tiene una posición no es vituperada o estigmatizada por el oficialismo y todo el poder armado sobre esto. Y me parece que no es un buen signo esta aparición de una burocracia intelectual ligada al poder político. Si un grupo de intelectuales y docentes universitarios quiere darle sustento conceptual al Gobierno y apoyarlo en determinadas propuestas está bien, pero no estoy de acuerdo con que se usen organismos públicos para esto.

– ¿Se refiere a Carta Abierta?

-Sí, las reuniones de Carta Abierta en la Biblioteca Nacional son como el copamiento del lugar en el que están todas las ideas concentradas, como si fuera el coto de caza de un grupo de pensamiento. Y la ofensiva desde el grupo político oficial contra los que no están es tan fuerte que mucha gente no la puede resistir. El gran invento cultural del peronismo es la palabra «gorila», que hoy condensa todo lo monstruoso de la historia argentina. Como nadie quiere estar incluido, la gente baja el nivel de confrontación y no dice públicamente lo que piensa. Originariamente era el grupo más obcecadamente antiperonista; ahora es todo lo que no es oficial y se le ha adicionado haber colaborado con la dictadura militar, todo lo monstruoso de la historia argentina. Hay miedo en muchos intelectuales, pensadores, artistas, en quedar incluidos en ese grupo. Y además también hay otro costado, tal vez un poquito más frívolo. Hoy ser K es cool, y por eso se buscan teorías justificatorias, como el renacimiento del romanticismo en la política, en gente que hace tres años estaba en la vereda de enfrente. Esto que para muchos puede ser un hallazgo político y que les ha dado rédito, no es exitoso para el país. Es un fracaso que tengamos una convivencia cultural menos plural, menos pacífica y tolerante que la que tuvimos, por ejemplo, en la recuperación democrática.

– ¿Qué potencialidad política puede tener la cultura en tiempos kirchneristas?

-Tiene una potencia importante y el oficialismo ha advertido que es un sector relevante que se les acercó. El espacio intelectual y de creación artística no ha sido mayoritariamente peronista. Pero en los últimos tiempos lograron penetrar en un ámbito donde no habían entrado ni aún cuando Cristina Kirchner ganó su primera elección. Esta división de los que están con el Gobierno y los que no es muy dañina, genera resentimientos, contradicciones que podrían ser resueltas de modo más inteligente. En la Argentina de la posdictadura hubo sectores intelectuales que acompañaron a Alfonsín; menos en el menemismo pero también los hubo; en la Alianza también y, sin embargo, fueron años de enriquecimiento, cuando uno podía estar con un alfonsinista acérrimo y no se sentía segregado. Hoy, para los que no somos kirchneristas, hay una sensación de ser disidentes en nuestro propio país.

– ¿Cómo se puede producir un cambio en la cultura política? Pienso en los bajos niveles de participación colectiva, de que votamos y nos olvidamos.

-Creo que la educación es una llave importantísima. El Estado democrático es un Estado docente, que debe enseñar a convivir, que lo público es importante, que debemos preservar costumbres de trato y derechos. Sin embargo, voy a disentir. Hay dos clichés que ha inventado el kirchnerismo: la no participación política de la sociedad y la inclusión de la juventud. Esta es una sociedad que de diferentes modos se ha involucrado mucho en política. En el comienzo de la democracia había enormes y muy importantes participaciones políticas. Hoy hablan de los chicos de La Cámpora, pero los de la Coordinadora eran mucho más chicos y mucho más grandes como estructura política. El gobierno de Alfonsín fue acompañado con una gran participación: las organizaciones de derechos humanos, Madres y Abuelas en la vanguardia, la APDH en la dictadura y la posdictadura, las ONG de defensa de la calidad institucional (Poder Ciudadano, ADC, el CELS). En la universidad siempre hubo política. Los cacerolazos, las asambleas populares… Lo que sí creo que el Estado no ha hecho bien en los años de democracia es enseñar la convivencia.

MANO A MANO

Fuera de grabador, empezamos hablando de cine. En rigor, del libro Imágenes compartidas, una investigación que coordinó durante dos años sobre las relaciones entre el cine argentino y el español desde los años 30 del siglo pasado, y que editó el Centro Cultural de España. Ese comienzo pareció confirmar lo que había anticipado: que aunque no iba a eludir la coyuntura política, José Miguel Onaindia iba a estar más cómodo hablando de la gestión cultural. Enseguida, advertí que estaba equivocada: a diferencia de algunos integrantes del campo intelectual, que optan por reservarse sus opiniones sobre el Gobierno al hablar públicamente, Onaindia ha decidido intervenir en el debate que divide en al menos dos partes al mundo de las ideas -de hecho, es firmante del documento de presentación del grupo Plataforma 2012- y, desde la vereda antikirchnerista, en la entrevista no contuvo críticas al Gobierno ni a algunos de sus pares.

Recuerdo que una actitud parecida tuvo en 2008, cuando renunció a su cargo de director del Centro Cultural Rojas, de la UBA. En ese momento, Onaindia dijo que había muchos conflictos que hacia el futuro le producían «incertidumbre para planificar la gestión». Casi 200 firmas de intelectuales y artistas lo apoyaron, pero algunos otros se molestaron con él: denunciaba desprolijidades administrativas y presiones gremiales en uno de los espacios supuestamente más alejados de esas cuestiones en la UBA.

El mundo de la política cultural es también terreno de disputas, egos y alineamientos. Onaindia parece saber cómo jugar el juego.

 

FUENTE: http://www.lanacion.com.ar/1445681-el-gran-invento-cultural-del-peronismo-es-el-termino-gorila

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Martes 17 de enero de 2012 | Publicado en edición impresa

Por José Miguel Onaindia  | Para LA NACION

 

La decisión del Poder Ejecutivo Nacional de crear por decreto el Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego ratifica la intención ya demostrada en numerosos actos y, muy especialmente, en la celebración del Bicentenario, de imponer una interpretación única y sesgada de la historia.

Desde este campo del conocimiento se han alzado las voces más autorizadas de nuestro país para controvertir la decisión. Quiero abordar el tema desde la perspectiva de la protección de los derechos humanos y el compromiso internacional que nuestro país ha asumido de respetarlos mediante la ratificación de declaraciones y tratados internacionales.

El artículo 19 de la Declaración Universal de Derechos Humanos consagra el derecho a la libertad de opinión y de expresión, que incluye el derecho de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones y de difundirlas por cualquier medio. La Convención Americana de Derechos Humanos (Pacto de San José de Costa Rica) en su artículo 13 también consagra este derecho y aclara que comprende la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de toda índole, sin consideración de fronteras y por cualquier procedimiento.

Ambas normas son acordes con lo dispuesto en los artículos 14, 19, 32 y 33 de la Constitución Nacional y tienen su misma jerarquía según lo decidido en la Asamblea Constituyente de 1994, que otorgó a las mencionadas normas internacionales y a otros pactos concordantes de derechos humanos rango constitucional (artículo 75, inc. 22).

La normativa citada incluye la libertad de investigación, interpretación y difusión de los estudios históricos, que no pueden estar sojuzgados a directivas impuestas por el Poder Ejecutivo mediante un decreto donde ya se expresan líneas de interpretación, y lo que es más grave aún, se califica y menosprecia cualquier corriente contraria a la que dogmática y escuetamente funda la decisión presidencial.

La creación de un organismo que pretende regir el pensamiento vulnera claramente las normas internacionales que cité precedentemente y ataca una base de la organización democrática de nuestro país, pues implica el reconocimiento de que habrá una sola y única interpretación de nuestra historia y una parcial narración de sus hechos.

El respeto por la pluralidad de investigaciones y corrientes de la historia es una de las formas de respetar la diversidad cultural, que, como afirma Alain Touraine, es el signo de las democracias contemporáneas: «La democracia no existe al margen del reconocimiento de la diversidad de las creencias, los orígenes, las opiniones y los proyectos».

El Instituto ataca el desarrollo de un pensamiento plural y complejo y el desarrollo de corrientes historiográficas que enriquezcan el debate y nutran la memoria. También genera para el Estado responsabilidad internacional por incumplimiento del sistema de protección de derechos humanos cuyo compromiso se asumió al realizar la ratificación de las normas internacionales.

Esta no es una cuestión menor. Por el contrario, la Argentina queda una vez más expuesta a ser denunciada ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos por incumplimiento de derechos expresamente consagrados en la Convención, según la competencia que en la materia le asegura el artículo 44 de su articulado.

La denuncia puede ser efectuada por una persona, grupo de personas o entidades no gubernamentales constituidas legalmente que consideren necesaria la intervención de este organismo internacional para que cesen las restricciones a los derechos humanos involucrados.

Después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, la comunidad internacional tomó conciencia de que la protección de los derechos humanos no puede quedar librada al orden interno de cada Estado, porque de ella dependen el respeto a la dignidad humana y la paz mundial. Para cumplir con ese fin, se crearon organismos supranacionales que controlan el cumplimiento del sistema.

El respeto de los derechos humanos no es un eslogan sino una cuidadosa gestión de gobierno que debe velar en todos los ámbitos su verdadero cumplimiento. Las mayorías electorales no autorizan a eludir estos compromisos con los habitantes del país y con la comunidad internacional.

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Diario Clarín, 03 de Enero de 2012

POR JOSÉ MIGUEL ONAINDIA PROFESOR DE DERECHO CONSTITUCIONAL (UBA)

Legisladores de partidos opositores o de fracciones del PJ enfrentadas al Gobierno terminaron votando a favor de él, en abierta violación de su mandato constitucional.

En las sesiones maratónicas celebradas la semana de Navidad para aprobar en tiempo acelerado los proyectos enviados por el PEN a sesiones extraordinarias, se repitió la misma situación del 22 de diciembre de 2010,cuando la conducta de un senador elegido por un sector político de marcado sesgo opositor -con el cual rompió poco tiempo después de su asunción- permitió el quórum para que el oficialismo aprobara el pliego de un militar con activa participación en la última dictadura militar, entre otras trescientas propuestas.

Este año la mayoría oficialista no necesitaba colaboraciones foráneas, pero senadores electos por partidos de oposición votaron positivamente leyes que restringen severamente derechos fundamentales de los habitantes y contradicen pactos internacionales de derechos humanos.

La circunstancia es grave para el funcionamiento de la república porqueimpide que el Senado sea reflejo de la pluralidad existente en la sociedad , pues si bien hay un alto porcentaje de adhesión al oficialismo, hay un sector significativo de la sociedad que se manifestó por otras opciones o no concurrió a votar.

La conducta errática de un grupo de senadores que hemos observado durante los últimos períodos parlamentarios, y que culminó con las situaciones indicadas precedentemente, debe poner en el centro de la reflexión institucional la legitimidad de los cambios de posición política de los senadores electos.

Tales cambios han creado en la opinión pública un estado de sospecha que debe ser rectificado urgentemente máxime cuando en la memoria colectiva todavía están presentes graves actos contra el sistema democrático que tuvieron al Senado como escenario: desde el asesinato de Enzo Bordabehere al fracaso de la democratización sindical en el comienzo del gobierno de Alfonsín, o el más reciente caso de la “compra de votos” que inició la crisis del gobierno de la Alianza.

Pero más allá de la labor que le compete a la Justicia para investigar y determinar si han existido o existen conductas tipificadas como delitos en el Código Penal, hay que señalar que las bancas que ocupan los senadores corresponden al partido y no a la persona electa . Esta afirmación no es una interpretación discutible de la normativa aplicable, sino lo que dispone el texto constitucional luego de su reforma en 1994 . Así el art. 54 determina: “El Senado se compondrá de tres senadores por cada provincia y tres por la ciudad de Buenos Aires, elegidos en forma directa y conjunta, correspondiendo dos bancas al partido político que obtenga el mayor número de votos y la restante al partido político que le siga en número de votos”.

La letra de la norma es clara en cuanto adjudica las bancas de mayoría y minoría a los partidos, así como imposibilita la intermediación entre elector y candidato de ninguna otra asociación que no tenga el reconocimiento de partido político.

Esta decisión del constituyente de reforma impone al senador electo ajustar su conducta en el cuerpo a las disposiciones partidarias y al mandato que recibió de la ciudadanía para cumplir con los compromisos que el partido que lo llevó como candidato asumió en la campaña electoral.

De ninguna manera impone al senador que asuma una fidelidad canina incompatible con sus convicciones éticas, pero en caso que el partido tome posturas que no cuenten con la aceptación del legislador ni sus órganos decidan que un tema o proyecto de ley quede librado a su conciencia, éste puede abandonar la banca y permitir que asuma el suplente que siempre integra la lista, precisamente también para solucionar este tipo de situaciones entre titulares y partido intermediario.

La conducta asumida por varios senadores nacionales que fueron candidatos de partidos marcadamente opositores al gobernante o fracciones del partido Justicialista confrontados al actual Ejecutivo nacional, de actuar en el Senado como “independientes” al partido que les posibilitó la banca y funcionales a las estrategias del oficialismo,viola la norma constitucional antes citada y el compromiso que cada uno de estos legisladores asumió con el electorado de su distrito .

Por consiguiente, l a conducta no sólo es reprochable desde lo estrictamente legal sino desde las bases del sistema republicano y democrático . Las bancas no son un privilegio para quien las ocupa ni plataforma de lanzamiento para carreras individuales sino el sitio que el pueblo le ha otorgado para cumplir con determinados compromisos electorales. No puede el senador electo por ningún motivo cambiar esos compromisos luego de haber usado a un partido y a su plataforma para arribar a su función pues debilita la esencia del sistema y el principio de representación. Como afirma Alain Touraine, para los demócratas el poder del pueblo no significa que el pueblo se siente en el trono del príncipe, sino que ya no haya trono.

Es obligación de la sociedad civil que con su voto permitió el acceso al Senado de un grupo de legisladores que han decidido alejarse de su compromiso electoral, exigirles que cesen el bloqueo al que han sometido al órgano y voten de acuerdo al mandato otorgado o abandonen sus bancas para permitir que el mandato sea cumplido.

Fuente: http://www.clarin.com/opinion/Senadores-quebraron-compromiso-electores_0_620937960.html

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Fuente: www.exploradorcultural.com.ar

“Hay un atraso todavía muy fuerte en la visión del Estado y de la legislación respecto de la gran transformación que se está realizando de la producción cultural y de su circulación a través de las nuevas tecnologías” (José Miguel Onaindia)

En “El Explorador Cultural” nos acompañó José Miguel Onaindia, abogado, especialista en legislación y gestión cultural, profesor universitario y ex director del INCAA y del Centro Cultural Ricardo Rojas. Preside la Fundación Internacional Argentina que ha realizado, tanto aquí como en el mundo, muchísimos eventos de intercambio cultural. Además, es autor del libro “Cultura en un mundo global. Reflexiones sobre política y cultura internacional”, de Ediciones Errepar. “Considero que hay un atraso todavía muy fuerte en la visión del Estado y de la legislación respecto de la gran transformación que se está realizando de la producción cultural y de su circulación a través de las nuevas tecnologías. Es muy importante el acceso de la gente a bienes culturales de todo tipo a través de los sitios de Internet y de los nuevos mecanismos. El Estado tiene que repensar cómo protege los derechos de autor, algunas actividades o el beneficio económico que ellas dan, conjuntamente con esta enorme posibilidad de acceso a los bienes culturales que da la tecnología. Vamos a un mundo cultural muy polifacético donde el mismo tipo de expresión artística tendrá ventanas de exhibición y formas de acceso muy diferentes. Casi toda la legislación argentina es del siglo pasado y, aunque estamos muy cerca de él en el tiempo, es mucho desde el punto de vista tecnológico. La tecnología tiene que ser algo más que se sume a la educación para mejorar las condiciones de comprensión del mundo. Es un instrumento. En general, la dirigencia política argentina no es demasiado sensible a las relaciones internacionales. Está bastante ensimismada a los problemas internos y todavía no hay un modo de observar la cultura en toda su dimensión.»

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Por José Miguel Onaindia*
Publicado en la Sección Espectáculos del Diario Perfil del sábado 17 de Diciembre de 2011

Victoria Ocampo y el cine de autor

Por iniciativa de Asociación Villa Ocampo y la Alianza Francesa de Buenos Aires, se realizó un ciclo denominado “Victoria en la Alianza”, donde los debates de la Revista Sur fueron analizados desde la contemporaneidad. Me tocó coordinar una mesa donde se debatió sobre la relación entre Victoria, Sur y el cine y las dificultades pasadas y presentes para hacer cine de autor.

En 1974, se dedicó un tomo de la Revista Sur a recopilar algunos de los más destacados trabajos que se habían publicado desde 1931 sobre “el cinematógrafo”. Malraux, Borges, Cortazar, Caillois, entre muchos otros escribieron sobre su visión sobre la nueva expresión artística o sobre películas en particular.

Victoria Ocampo, además de un lúcido análisis sobre el “Hamlet” que Sir Lawrence Olivier hizo para el cine, recuerda en el prólogo su intención de que Eisenstein y De Sicca filmaran en la Argentina y la frustración que por motivos  conómicos tuvieron ambos emprendimientos. “El cine necesita mucho dinero “, escribe la autora y ese problema subsiste en la actualidad, a pesar de que las nuevas tecnologías han abaratado costos y reproducido los modos de
difusión.

Con Gonzalo Aguilar, autor de un excelente ensayo sobre “Borges va al cine”, conversamos sobre la estrecha relación de Victoria con el nuevo arte, su participación como productora de la perdida película “Tararira”, dirigida por el poeta Benjamin Fondant –luego asesinado en Auschwitz- e interpretado por el español cuarteto Aguilar, un ejemplo de integración cultural que anticipa el desarrollo del cine a través de la co-producción. También el interés de Ocampo por el cine como documento.

Ariel Rotter, director de “Sólo por hoy” y “El otro” tomó luego la palabra y subrayó la importancia que el documental tiene en el cine contemporáneo, aún en la ficción, y la cantidad de cultores que lo desarrollan. Al igual que Federico Godfrid – co-director de la película “La Tigra-Chaco”- se reflexionó sobre los problemas que presenta el cine de arte y
riesgo y su posibilidad de obtener audiencias masivas.

Por su parte, Fernando Madedo, joven docente de la UBA, destacó la importancia de Eisenstein en la construcción del lenguaje cinematográfico y del neo-realismo de De Sicca para modificar los cánones de narración. También la visión expuesta por Malraux en el artículo que publica Sur sobre el cine como industria.

Una platea atenta e integrada por destacadas figuras de la cultura argentina (Sara Facio, Sergio Renán, Kado Koster, la talentosa actriz Jimena Anganuzzi, entre muchos otros) siguieron la conversación e Ivonne Bordelois recordó un convocatoria de Victoria Ocampo a jóvenes intelectuales para discutir sobre “Hiroshima, mon amour”, de Alaín Resnais, que había sorprendido en la época por su nuevo modo de abordar la narración cinematográfica.

Esa tarde en el húmedo y caluroso Buenos Aires, contó con un aporte mágico. La correspondencia que recibió Victoria de Eisenstein, De Sicca y Louis Malle fueron leídas por Elena Tasisto, que con su voz y decir iluminó el pensamiento y belleza de expresión de sus autores. Se demostró así como Sur y su directora adelantaron los debates que hoy también
agitan las aguas del audiovisual.

*El autor es Prof. De Derechos Culturales en UBA, FLACSO,UP.

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La agenda cultural que se viene

El desafío: la ley de derecho de autor

Por José Miguel Onaindia

El caso “Cuevana” y sus derivaciones judiciales han  llevado  por primera vez a la primera plana de los medios las transformaciones que la nuevas tecnologías han traído en la actividad cultural de nuestro tiempo y han despertado la curiosidad popular por este tema fundamental que está presente en nuestra vida cotidiana.

Internet no es sólo un nuevo modo de difundir obras de creación sino también de producir bienes culturales. Por esa plataforma se difunden las expresiones artísticas ya existentes y también las que han surgido como formas propias de su desarrollo. Tanto las artes narrativas, como las musicales y plásticas encuentran nuevos géneros y la creación se torna un acto del que participan sujetos múltiples. Así sucede, por ejemplo, con las “blognovelas” que se van escribiendo con la participación de quienes envían sus sugerencias y recomendaciones para que la historia se desarrolle en determinado sentido.
El espacio virtual nos brinda por primera vez en la historia de la humanidad una posibilidad de acceso a los bienes culturales que ha transformado y seguramente lo hará con mayor profundidad en los próximos años, la vida social y el ejercicio efectivo de los derechos humanos que consagran la participación y el acceso a los bienes culturales.
Pese a este extraordinario fenómeno, la legislación argentina sigue los cánones de la creación del siglo pasado y no ha puesto en el debate público la necesidad de meditar una opción superadora de la confrontación entre derecho económico de autor y libre acceso a las obras. Esta oposición resulta muchas veces contraria a lo que sucede en la práctica, ya que la libre circulación de obras no altera su adquisición por las formas tradicionales de comercialización. La existencia de los sitios que almacenan obras musicales o audiovisuales no ha eliminado las obras fonográficas o los otros medios de exhibición. Por el contrario, la asistencia a recitales de música en vivo y al cine en sala se ha incrementado en este último año.
Frente a este dato de la realidad, el gran debate pendiente que debemos asumir con la participación de todos los sectores involucrados es cómo regulamos el derecho a obtener un beneficio económico por la creación y el derecho de acceso a los bienes culturales que nuestra Constitución y los pactos internacionales de derechos humanos nos reconocen.
El acceso a Internet es un derecho fundamental en la civilización contemporánea. Finlandia lo ha elevado a rango constitucional y muchos otros países siguen ese camino. El acceso a la cultura, la socialización y la equitativa distribución de bienes sólo pueden lograrse si todas las personas tienen la atribución de poder participar de ese nuevo espacio que la cultura contemporánea nos brinda.
La circulación de obras garantiza dos valores esenciales de la sociedad democrática del siglo XXI: la diversidad cultural y la posibilidad del diálogo entre diferentes. Ninguna sociedad puede calificarse como democrática si no permite a sus habitantes expresar con total libertad y sin intromisiones del poder sus hábitos culturales y sus convicciones. Las nuevas tecnologías permiten que los individuos se relacionen, conozcan y difundan sus propios hábitos y el Estado debe asegurar con herramientas eficaces que este derecho se ejerza. Tengo la convicción de que el gran desafío del Parlamento que hoy se renueva es la discusión de todas las leyes vigentes en materia de derechos de autor y fomento de la actividad cultural para que superen su obsolescencia y puedan regular en forma contemporánea los intereses y derechos de todos los individuos.
Este debate tiene que tener como valor fundamental e inalienable el respeto de la pluralidad contradictoria que es la marca de nuestra época y sin la cual no hay democracia ni respeto a los derechos humanos.

*Profesor de Derechos Culturales (UBA, Flacso, UP).

Publicado en la edición impresa de Perfil: 10/12/11 – 01:04

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Comparto con ustedes algunas imágenes del Ciclo Imágenes Compartidas que presentamos en Mar del Plata.

 

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Como una de las tantas formas de celebrar el Bicentenario argentino, el Centro Cultural de España en Buenos Aires propuso analizar la fecunda relación entre los cines de ambos países. El resultado fue un seminario, “Imágenes compartidas”, una muestra y un ciclo de proyecciones. Un libro recoge el punto de encuentro tan relevante entre las dos sociedades. Aquí, el ex director del Incaa aborda el cine como disparador para observar los ciclos histórico-sociales de ambos países.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La iniciativa del Centro Cultural de España en Buenos Aires de celebrar el Bicentenario argentino mediante el análisis de la relación entre los cines de ambos países, constituyó una original convocatoria que desbordó los márgenes del tema propuesto. El libro que se presentó en el Festival de Mar del Plata fue una prueba acabada de los sentidos múltiples desde los que puede ser analizado el tema. Todo empezó el año pasado con el seminario que con el mismo nombre, “Imágenes compartidas”, se realizó entre el 1º y el 3 de diciembre en el apropiado marco del Teatro Margarita Xirgu, y continuó este año con una muestra y con un ciclo de proyecciones en la porteña La Noche en Vela.
La participación de investigadores de ambos países con la coordinación de Diego Galán y mía, permitió la producción de un volumen que es el primero destinado a analizar un punto de encuentro tan relevante entre los dos países. El diálogo del seminario con un destacado grupo de cineastas, investigadores, periodistas, actores y productores para reflexionar sobre el tema propuesto, también permitió el enriquecimiento del trabajo editorial.
Si bien el cine es el eje de todas las reflexiones reunidas en este volumen, pudo demostrarse que a través de esta expresión cultural e industrial es posible analizar los múltiples lazos entre ambos países y el derrotero en muchas oportunidades no coincidente de sus ciclos históricos.
Siempre recuerdo que el titular de la primera cátedra que integré en la Facultad de Derecho de la UBA, Carlos Colautti, había escrito su tesis doctoral sobre “La libertad de expresión y la censura cinematográfica” y que ese ensayo fue para mí una lectura reveladora de cómo los autoritarismos se habían impuesto y organizado en nuestro país desde el ominoso golpe de la misma forma al analizar desde múltiples puntos de vista la relación entre el cine argentino y el cine español desde sus orígenes hasta el presente, aparecieron hechos demostrativos de cómo ambas culturas se relacionaron a través del tiempo.
Argentina fue multicultural cuando el mundo no lo era. Ni siquiera se había acuñado esa expresión mientras en nuestra sociedad convivían en el mismo grupo social personas de diferente origen nacional. Por eso, la aparición de una abuela, una madre, un tío, patrón o sacerdote español en una película argentina sólo retrataba la realidad de un país que se formó con la integración de criollos, colonizadores e inmigrantes.
Ambos cines se conectaron en formas explícitas e inadvertidas, en las expresiones estéticas vanguardistas o en los géneros populares. Desde la presencia infaltable en una experiencia de avanzada de Victoria Ocampo en la producción del filme perdido Tararira en la década del 30, con la participación del cuarteto de laúdes de los hermanos Aguilar, de origen español, que había visto en su presentación para Amigos del Arte. El investigador argentino Gonzalo Aguilar rescató esta experiencia para demostrar el intercambio en los orígenes de nuestras cinematografías que se continúan luego de la consolidación del cine sonoro con la presencia de la canción popular española en nuestra pantalla o de tantos actores argentinos en la cinematografía ibérica, y que los demás autores analizan enfatizando la diversidad de vínculos notable y continua entre ambas comunidades.
Si lo analizamos desde la economía cultural, la producción del audiovisual, en especial en las últimas décadas, se ha incrementado en forma muy beneficiosa. La asociación de productores y empresas de ambos países se ha ampliado en cantidad y calidad. Tal vez sólo el público muy atento a leer los créditos de las películas advierte que muchas producciones que por su contenido son argentinas tuvieron un importante aporte financiero español para su producción. Así ocurrió con El secreto de sus ojos, ganadora del Oscar al mejor filme extranjero, o Las viudas de los jueves, ambas basadas en obras literarias de autores nacionales y de indudable temática argentina.
Contra mi voluntad. La relación más recurrente estuvo dada por los exilios. Los forzosos y los voluntarios, los políticos y los económicos. Y hasta la decisión meramente existencial de trasladarse para buscar otra atmósfera donde la lengua no fuera un obstáculo. Ambos países fueron generosos ante la adversidad sufrida por los emigrantes y los sets de filmación también se convirtieron en territorios de refugio para quienes buscaban continuar con su destino.
En Argentina, se filmó la primera versión de Bodas de sangre, de Federico García Lorca, con Margarita Xirgu como protagonista, y Rafael Alberti, María Teresa León o Alejandro Casona –entre muchos otros– escribieron guiones para el cine argentino y así sucedió en los restantes rubros que integran la realización de una película.
En un diálogo sostenido por Diego Galán y Sergio Renán el pasado año, recordaron el Festival de San Sebastián de 1974 –festival que después Galán dirigió con gran éxito–, en el que se presentó en la sección de nuevos realizadores (Zabaltegui) La tregua. Allí se conoció la amenaza de muerte que la Triple A había dirigido a muchos actores argentinos, entre ellos Héctor Alterio, que protagonizaba la película y estaba en la delegación. El cine español le dio hospitalaria recepción y en muy poco tiempo lo convirtió en una de sus figuras más relevantes. Al año siguiente, aparece en la inolvidable Cría cuervos, de Carlos Saura, donde encarnaba a un militar que muere y es velado con su uniforme.
También en esa película participó otro singular actor que tuvo que exiliarse en España, donde murió hace muy pocos días. Me refiero a Walter Vidarte, que cumplió un derrotero que muestra la trama existencial que une las expresiones culturales de ambos países. Vidarte era uruguayo y se formó con la exiliada actriz española Margarita Xirgu. En la segunda mitad de la década del cincuenta, viene a buenos Aires de la mano de Rubén Cavalloti para protagonizar en teatro Acuérdate del Angel y en cine Procesado 1040 y Gringalet. Luego se convierte en un actor inconfundible del gran cine de autor de los 60. Manuel Antón, Lautaro Murúa, Leopoldo Torre Nilsson, Leonardo Favio, David José Kohon, entre otros, lo convocan para que su talento y su peculiar máscara enriqueciera sus obras. Luego de ser uno de los intérpretes de La tregua, con la que el actor y compañero de elenco en algunas películas, Sergio Renán, debuta como director, el exilio lo lleva a la tierra de su maestra cuando la dictadura franquista concluía. Secuelas que dejan los autoritarismos.
En otro diálogo sostenido frente al público del Teatro Margarita Xirgu entre Carlos Morelli y Claudio Minghetti se recordó la semana de cine español en las postrimerías de la última dictadura militar argentina, hecho que desbordó su carácter cinematográfico y se convirtió en el pre-anuncio de la posibilidad de que los argentinos nos expresáramos en libertad y analizáramos nuestra historia a través del cine.
Los que vivimos con entusiasmo la transición democrática en Argentina, no podemos olvidar la exaltación que nos provocaron películas como Solos en la madrugada o Asignatura pendiente, éxitos populares comparables con los del cine de Hollywood y motivo de encendidas charlas de café.
En la transición democrática española una mujer ocupó un espacio central en la realización y en la gestión pública del audiovisual. Pilar Miró, tanto detrás de cámara como al frente del organismo de promoción audiovisual, fue una figura fundante del cine posfranquista. La proyección de El crimen de Cuenca en la citada semana de cine español provocó una de las ovaciones más estruendosas y emocionantes que haya presenciado en una sala de cine. Al comenzar la democracia argentina, también una mujer –María Luisa Bemberg– produjo el primer gran éxito del cine argentino en libertad, Camila, una reflexión sobre los derechos humanos violados en los autoritarismos argentinos.
Creo que uno de los máximos logros que la defensa de los derechos humanos puede enarbolar la sociedad argentina, fue el desmantelamiento del sistema de censura cinematográfica que desde 1938 –con esporádicas primaveras y variantes entre los distintos gobiernos– se había impuesto para cercenar o prohibir la pluralidad de pensamiento y expresión.
La influencia de España y el comienzo de una relación bilateral entre ambas cinematografías sin tijeras, es innegable y ha dejado su rastro en cientos de obras.
Las salas de Buenos Aires exhiben hoy producciones que demuestran la presencia notoria de España en nuestras películas. La belleza y el talento de Pilar López de Ayala en Medianeras de Gustavo Taretto o la participación de numerosas entidades y productores españoles en Un cuento chino, de Borensztein, o Mía, de Javier van der Couter, son ejemplos de este intercambio vivo y enriquecedor.
Este libro de cuidada edición y bellísimas fotografías, reafirma la expresión del legislador boliviano Pedro Susz que, al defender su propuesta de ayuda al audiovisual, dijo que un pueblo sin cine es un pueblo sin memoria.

 

Publicado el pasado sábado 12 de noviembre en el semanario Perfil

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Publicado en el Espectador de Negocios (Uy), el pasado 23 de octubre de 2011

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